BULLYNG: Una lectura psicoanalítica desde la clínica con adolescentes

Publicado el 4 de mayo de 2025, 10:36

Cada 2 de mayo se conmemora el Día Internacional contra el Acoso Escolar. Más allá de las cifras y las campañas de concienciación, este fenómeno exige una lectura que contemple no solo a los sujetos implicados, sino también el contexto social y simbólico que lo posibilita.

Desde mi práctica como psicóloga en Zaragoza, orientada por el psicoanálisis, propongo aquí algunas claves de lectura para pensar el bullying como un síntoma de nuestra época.

El síntoma como expresión de un malestar contemporáneo

El psicoanálisis parte de una premisa esencial: no se puede entender un síntoma sin tener en cuenta las características de la época en la que emerge. El acoso escolar no puede reducirse a un "problema individual", sino que debe leerse como expresión de un malestar colectivo que se estructura en función del momento histórico.

El declive de la autoridad y el auge de nuevas formas de violencia

Uno de los rasgos más destacados de nuestra época es el declive de la autoridad simbólica tradicional, aquella que antes se encarnaba en figuras como el padre o el maestro. No se trata aquí de defender su regreso ni de una nostalgia reaccionaria, sino de constatar que, en ausencia de ese punto de referencia, los adolescentes se ven muchas veces desprovistos de una brújula simbólica.

En este vacío, algunos encuentran una forma de identidad en el acto mismo del acoso. El grupo valida, incluso celebra, estas posiciones. El monopolio de la violencia, antes regulado por la autoridad, hoy se dispersa entre iguales, sin límites claros. Así, figuras como la del “acosador” o la “víctima” adquieren un estatuto casi identitario, con un riesgo real de fijación en esas nominaciones.

Desde el psicoanálisis, el trabajo consiste justamente en abrir una interrogación subjetiva: ¿qué lleva a un joven a identificarse con esa posición? ¿Qué intenta resolver a través de ese lugar?

 

Identidades sexuales y la angustia del infinito

La adolescencia es una etapa de transformación, búsqueda y construcción. En este proceso, la cuestión de la identidad sexual se vuelve central. A diferencia de épocas anteriores, en las que el binarismo sexual ofrecía referencias más rígidas pero también más claras, hoy nos encontramos con una apertura inédita de posibilidades identitarias.

Este nuevo escenario abre caminos antes impensables para muchos jóvenes que, en otro tiempo, se veían forzados a identificarse con nominaciones más segregativas o incluso violentas. Es, sin duda, un avance en términos de libertad y visibilidad. Sin embargo, esta infinitud de opciones, lejos de ser siempre liberadora, puede producir también una angustia ligada a la falta de límites. Cuando “todo es posible”, se pierde a veces el marco simbólico que permitía ubicarse.

En esta incertidumbre, algunos adolescentes, desbordados por la inseguridad y sin herramientas para construir una identidad estable, pueden reaccionar segregando al diferente como forma de afirmarse a sí mismos. Así, la burla, el acoso o el odio hacia el otro funcionan como mecanismos defensivos ante la propia desorientación subjetiva. Es el intento de calmar el malestar interno golpeando simbólicamente aquello que se percibe como “mancha” en el otro.

La lógica del síntoma y el silencio de la víctima

Frente a un episodio de acoso, uno de los aspectos que más desconciertan a padres y educadores es el silencio de la víctima. Desde el psicoanálisis, no se interpreta este silencio como pasividad o debilidad, sino como un efecto de resonancia inconsciente: la injuria recibida toca un punto sensible de su historia, a menudo vergonzante, que bloquea su capacidad de responder.

Una escucha clínica puede ayudar al joven a localizar ese punto y darle un sentido singular a lo que está viviendo, más allá de las etiquetas o las soluciones protocolarias.

 

Todos llevamos una "mancha"

La adolescencia confronta al sujeto con lo más íntimo y desconocido de sí: su cuerpo, su deseo, su falta. Todos tenemos una “mancha”, algo en nosotros que no sabemos cómo nombrar, algo que nos incomoda. Algunos adolescentes, en su intento de evitar esa confrontación, proyectan esa incomodidad en el otro. El bullying puede funcionar como una falsa salida ante esa angustia.

El trabajo analítico consiste en ayudar a poner palabras allí donde solo hay acto, golpe, silencio o segregación. No para moralizar, sino para que cada uno pueda asumir una posición subjetiva distinta.

 

¿Qué puede aportar el psicoanálisis frente al bullying?

Las buenas intenciones de la escuela o de la familia, aunque necesarias, no alcanzan para abordar la complejidad de estos fenómenos. El psicoanálisis aporta algo esencial: una lectura singular de cada caso, donde lo que importa no es tanto “erradicar el bullying” como entender qué función cumple en la economía psíquica de quien lo ejerce o lo sufre.

En la práctica clínica, he visto cómo adolescentes acosadores y acosados logran salir de esos lugares fijos cuando se les ofrece una escucha que no juzga, sino que invita a pensar, a simbolizar, a elegir otra manera de estar en el mundo.

 

Conclusión: una política del síntoma

Romper las cadenas del bullying no es tarea de una sola persona, ni se logra con protocolos estandarizados. Requiere tomar conciencia de la propia posición subjetiva y asumir una responsabilidad que no es moral, sino existencial. Desde el psicoanálisis, proponemos una política del síntoma: leer lo que el síntoma dice de nuestro tiempo, y ofrecer un espacio para que cada uno, en su singularidad, encuentre otra salida posible.

 

¿Te preocupa el acoso escolar? ¿Sospechas que tu hijo, hija o alumno/a está implicado?

Estoy disponible para acompañarte desde una escucha clínica, ética y sin etiquetas.

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