APOYARNOS EN LO COMÚN: claves psicológicas para mantener la calma en situaciones de emergencia

Publicado el 12 de mayo de 2025, 23:06

El apagón del 28 de abril de 2025 dejó a millones de personas sin electricidad durante horas. Más allá de la evidente incomodidad, este corte inesperado de luz activó algo aún más profundo: el temor. En la oscuridad, y sin información clara, aparecieron pensamientos catastróficos, desconfianza hacia el otro y una sensación de fragilidad que nos conecta con lo más humano: la vulnerabilidad.

Pero lo interesante es que nada de lo que tantas veces se teme —caos, saqueos, colapso social— ocurrió. Ocurrió, en cambio, algo distinto: cooperación, serenidad y una solidaridad casi instintiva. El apagón no trajo el fin del mundo, sino la posibilidad de mirar al otro y encontrar en su mirada una forma de sostén. Esto nos recuerda que la calma no nace del control absoluto, sino del vínculo. Y desde la psicología podemos prepararnos, emocional y colectivamente, para futuras situaciones similares.

Apoyo mutuo, no apocalipsis

En momentos así, el pensamiento se acelera y, con él, las narrativas alarmistas: “esto es solo el principio”, “no se puede confiar en nadie”, “todo puede derrumbarse en un segundo”. Pero ¿y si nos detuviéramos a observar lo que realmente ocurrió?

En El apoyo mutuo, Piotr Kropotkin desmontó la idea de que la evolución favorece al más fuerte. Para él, las especies que mejor sobreviven no son las más agresivas, sino las que desarrollan cooperación y redes de ayuda. Esta observación, aún vigente, nos invita a cambiar el foco: frente a la amenaza, no es la competencia sino la interdependencia lo que nos salva.

Durante el apagón, vimos ejemplos concretos de esto: vecinos encendiendo velas en los rellanos, jóvenes ayudando a personas mayores a subir escaleras, gente compartiendo linternas y charlas improvisadas. No hubo lucha de todos contra todos. Hubo comunidad.

La calma se construye: cinco claves para situaciones de emergencia

Como psicóloga en Zaragoza, he acompañado a muchas personas que, tras este evento, expresaron confusión, ansiedad o incluso una renovada reflexión sobre lo esencial. La buena noticia es que podemos cultivar ciertos hábitos mentales que nos ayuden a responder con mayor serenidad ante lo inesperado:

  1. Nombrar sin dramatizar: Lo primero es validar lo que sentimos. Sentir miedo o ansiedad es natural, pero eso no significa que lo peor esté por llegar. Poner palabras a nuestras emociones, sin alimentar escenarios extremos, nos da perspectiva.
  2. Acotar la situación: Preguntarnos qué realmente está ocurriendo y qué podemos hacer al respecto. En vez de imaginar futuros distópicos, centrarnos en lo concreto: “No hay luz. Estoy a salvo. Sé con quien puedo contar”.
  3. Buscar el encuentro: Como mostró el apagón, la conexión con otros regula emocionalmente. Visitar a un ser querido, ayudar a un vecino, escuchar y ser escuchado son formas poderosas de reducir el malestar.
  4. Informarnos con criterio: Durante estas horas, los rumores circulaban rápido. La sobreinformación descontrolada no ayuda. Elegir fuentes fiables y dosificar el consumo informativo puede evitar que el miedo se amplifique.
  5. Prepararse sin caer en la paranoia: Tener a mano una linterna, una radio con pilas, agua y algunos víveres no significa que seamos alarmistas, sino que cuidamos de nosotros. Prepararse da seguridad. Vivir en alerta permanente, no.

El valor de lo cotidiano cuando todo se detiene

Uno de los relatos más frecuentes tras el apagón es el de encuentros inesperados: parejas que volvieron a hablar sin pantallas de por medio, adolescentes que retomaron un libro olvidado, familias que improvisaron una cena a la luz de las velas. Esa pausa forzada, lejos de ser una tragedia, fue para muchos una oportunidad para reconectar.

Este tipo de experiencias muestran que no solo somos vulnerables: también somos resilientes. No necesitamos grandes gestos heroicos, sino pequeñas acciones cotidianas que sostienen el ánimo colectivo.

Confiar en el otro es cuidarse a una misma

Cuando todo parece fallar —la luz, el móvil, el transporte—, lo que nos queda no es lo virtual, sino lo humano. Y en esa humanidad compartida está la verdadera fuente de estabilidad. Como escribió Kropotkin, “la sociedad no se ha creado sobre el amor ni sobre la simpatía, sino sobre la conciencia de la solidaridad y la interdependencia”.

Frente al ruido que genera angustia, apoyémonos en lo común, en lo sensato, en lo que de verdad nos sostiene: la red afectiva que construimos cada día.

 


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