Día Internacional de la Infancia: lo que el horror en Gaza revela sobre el funcionamiento humano

Publicado el 26 de noviembre de 2025, 11:42

Por Samara Ahmad Jimeno – Psicóloga en Zaragoza

Cada 20 de noviembre, Día Internacional de la Infancia, mi consulta en como psicóloga en Zaragoza se convierte , aún más, en un espacio de reflexión profunda sobre el sufrimiento infantil.

La clínica con niños y niñas nos recuerda cada día que la infancia debería ser el territorio universal del cuidado y de los derechos humanos. Sin embargo, esta convicción se quiebra ante la realidad de Gaza: según Save the Children, más de 20.000 niños y niñas han sido asesinados en menos de dos años de guerra, y al menos un niño muere cada hora. No hay forma de pronunciar estas cifras sin sentir que algo esencial está fracturado en nuestra humanidad.

 

Como psicóloga, como psicoanalista y como ciudadana del mundo, no puedo permanecer en silencio.

Gaza como herida en la infancia del mundo

Lo que sucede en Gaza no es solo un acontecimiento político. Es una marca traumática global, una herida en la representación misma de la infancia como lugar protegido. La magnitud del daño , muertes, lesiones, hambruna, orfandad masiva, trauma psicológico, se ha convertido en un espejo en el que la humanidad se enfrenta a su propia sombra.

 

Las cifras son insoportables:

  • Más de 20.000 niños y niñas asesinados, incluido un millar de bebés.

  • Más de 42.000 menores heridos.

  • 21.000 con discapacidad permanente tras los bombardeos.

  • Hambre catastrófica afectando a más de un millón de personas, la mitad de ellos menores.

La infancia en Gaza está siendo destruida ante los ojos del mundo. La pregunta no es solo cómo es posible, sino qué nos está pasando como humanidad para permitirlo.

¿Qué revela este genocidio sobre el funcionamiento humano?

El horror extremo deja al lenguaje sin recursos. Pero desde la psicología y el psicoanálisis, sí es posible pensar algunos elementos de esta falla ética colectiva:

 

Narcotización del dolor ajeno

El flujo continuo de imágenes de destrucción nos expone a un fenómeno conocido: la saturación emocional. El exceso de horror puede anestesiar. Lo intolerable se vuelve “normalizado”. Esta defensa psíquica protege al individuo… pero tiene consecuencias devastadoras para la moral colectiva.

La impunidad como estructura del poder

Cuando los crímenes se transmiten en directo y aun así no se detienen, asistimos a una forma peligrosa de funcionamiento humano: la naturalización de la impunidad.
La impunidad, en psicología social, opera como un permiso silencioso: si no hay límite, el límite desaparece.
Esto es un riesgo para todos los pueblos, no solo para Palestina.

El borramiento del otro

El genocidio , sea o no reconocido jurídicamente todavía, implica una degradación radical del otro: se convierte en prescindible. Desde la psicología sabemos que la deshumanización es un mecanismo previo a toda violencia sistemática.
El exterminio físico es siempre precedido por un exterminio simbólico.

El silencio como complicidad psíquica

La comunidad internacional, pese a declaraciones aisladas, no ha logrado detener la destrucción. Este fracaso ético no es solo político, sino psicológico:
el silencio colectivo estructura la violencia, la sostiene, la legitima.

 

Riesgos psicológicos globales de este tipo de violencia

Lo que ocurre en Gaza no afecta solo a quienes lo padecen directamente; deja una huella en toda la humanidad. Cuando miles de niños mueren ante la mirada del mundo, se transmite un mensaje silencioso pero devastador: la infancia puede dejar de ser ese territorio sagrado que todos deberíamos proteger. Esta normalización de la crueldad moldea la sensibilidad de generaciones futuras.

Al mismo tiempo, la incapacidad de la comunidad internacional para detener la violencia genera una profunda sensación de indefensión. Si las instituciones no pueden proteger a los más vulnerables, se instala la idea de que no existe seguridad posible, y esto repercute en la salud mental global mediante ansiedad, desconfianza y retraimiento emocional.

Además, un trauma de esta magnitud no queda limitado a Gaza. Se inscribe en la memoria colectiva del mundo. Los traumas que no se elaboran regresan una y otra vez en forma de nuevas violencias, miedos y repeticiones históricas. Por eso esta tragedia nos interpela a todos: porque también nos transforma a todos.

 

¿Cómo posicionarnos como psicoanalistas?

Ante lo inhumano, el psicoanálisis no puede ser neutral. Nació como una disciplina que escucha el sufrimiento humano sin encubrir sus causas. Por ello, su posición ética no es diplomática, sino humanista.

1. Nombrar lo innombrable

La palabra no detiene las bombas, pero sí puede desmontar la lógica de la impunidad.
Negarse a nombrar lo que ocurre como posible genocidio , cuando organismos como la Corte Internacional de Justicia lo están examinando, es una forma de participación en la negación.

2. Sostener la dignidad del sujeto

Todo niño es un sujeto de derechos. Cada vida perdida en Gaza es una interrupción violenta del proceso de constitución psíquica que debería ser protegido globalmente.

3. Mantener la ética del cuidado frente al poder

El psicoanálisis ha denunciado siempre los efectos destructivos del poder ilimitado.
La violencia institucionalizada no solo destruye cuerpos: destruye mundos internos.

4. Acompañar el duelo global

El dolor por los miles de niños asesinados atraviesa fronteras. Los profesionales de la salud mental tenemos la responsabilidad de crear espacios de elaboración, para evitar que la impotencia se convierta en indiferencia o desesperación.

Lo que nos dice esto como humanidad

Lo que ocurre en Gaza no habla solo de un conflicto. Habla de nosotras.
De cómo miramos al otro.
De cómo respondemos al sufrimiento.
De cuáles son los límites , o la ausencia de ellos. de la violencia contemporánea.

Si permitimos que miles de niños pierdan la vida sin detenernos, sin conmovernos, sin exigir justicia, nos vamos degradando como comunidad.

Una conclusión necesaria: la ética no puede esperar

Como psicóloga en Zaragoza, como psicoanalista y como ciudadana, sostengo que la infancia es el núcleo ético de cualquier sociedad. No podemos hablar de salud mental, ni de derechos humanos, ni de comunidad, si permitimos que miles de niños desaparezcan bajo los escombros con indiferencia global.

La humanidad se juega mucho más de lo que cree en Gaza.
Y el silencio nunca ha sido un camino de cuidado.

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